Decimos de acercar la política a la ciudadanía y quizá lo estamos consiguiendo. Tanto que al final conseguiremos alejar a la ciudadanía de la política.
¿Puede alguien creer que los plenos que celebramos en el Ayuntamiento de Getafe, tal como discurren, atraen a los vecinos y vecinas de la localidad? Yo no lo veo. Y, sinceramente, tampoco conozco a nadie que considere esta posibilidad.
Al contrario. Todo lo contrario. Hacemos grandes esfuerzos por ofrecer un espectáculo poco edificante y menos clarificador aún.
Porque son sesiones interminables; porque las intervenciones aburren - las mías, por supuesto, incluidas-; por las interrupciones, cada día más frecuentes; porque nos trabamos en la dicción y en la lectura, y porque algunas mociones - o muchas - muestran una ausencia completa de relación entre su motivo y la vida del municipio.
Lo más reciente, el corolario. El nuevo éxito del verano que entra con fuerza en la lista de las naderias: pronunciar e incluso estrenar palabras que no existen y repetirlas de manera machacona. Hasta el punto que si no las usas tú también te conviertes en un tipo demodé. Caso de LGTBfobia. Dígase mejor odio o discriminación hacia la orientación sexual del otro. ¿No?
Pues no.
Al contrario de lo que atribuyen a J.G. sobre la mentira, un vocablo absurdo repetido mil veces sólo hace que destruir el idioma al que se le quiere asociar.
Y la sensación que provoca esto es que aquí cada uno vamos a lo nuestro; que, pase lo que pase, lo que importa en realidad es que Carthago sea destruida.
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