lunes, 20 de agosto de 2018

EBENEZER HOWARD, JOHN DEERE

De haber avistado en el 93 que unos años más tarde nos controlarían tan bien desde el espacio con Google quizá hubiera cursado Geografía. En la ESO se explica ahora mucho mejor que la Historia. Sobre todo la Geografía Urbana. Claro, que a toro pasado se habla más fácil.

Pero en cualquier caso eso es solo una cuestión de formas porque sin la Historia no se puede interpretar ningún proceso humano; tampoco los relacionados con el entorno que habitamos. En el fondo pesa más esta idea, que debemos empezar a fijar en nuestro convencimiento:

El urbanismo es la manera en que encajan, se ubican, localizan o reparten las relaciones de producción de cada sociedad en el espacio que ocupa. Y ambos elementos, relaciones económicas y distribución urbana, son absolutamente sistémicas: si cambia la una necesariamente se modifica la otra.

Da igual si tomamos como referencia un poblado neolítico, una comunidad-estado tipo Troya, un campamento militar como León, castillos medievales, palacios barrocos o, por supuesto, las ciudades fabriles. En la práctica Benidorm o Las Vegas corroboran la idea de que la fisonomía de una ciudad se modela a partir de aquello a lo que se dedica. No se extrañen si a futuro se analiza el impacto de AirBnB sobre el territorio. Al tiempo.

Esta es la clave que permite entender el urbanismo: como se organiza económicamente una sociedad determina la forma de su poblamiento. Siguiendo esa lógica una estructura económica ideal acarreará necesariamente un diseño urbano correcto… Y viceversa: en un espacio con unas condiciones económicas degradadas no puede establecerse ni siquiera planificarse jamás un urbanismo ideal.

No voy a aburrir al lector con los orígenes de Getafe, sino que parto desde el momento histórico en que se erige como ciudad-fábrica que hacina brazos y manos, inmigrantes sobre todo, con el único fin de que las máquinas no se detengan. Ese hito es el referente que mejor conecta la utopía de la que queremos hablar con la realidad que oprime nuestro municipio y que le imprime sin duda su carácter netamente obrero.

La ciudad fabril como espacio organizado se desarrolló lógicamente en la medida que creció el tejido industrial de su contexto. En cada país, en cada región, evolucionó a su ritmo y adquirió matices propios. Sin embargo todas esas ciudades fueron cosidas por el mismo patrón que, por cierto, coincidía con el del patrón de la fábrica que la alumbraba. Al igual Uber esclaviza hoy a sus conductores y les hace dormir y mear en el coche, el capataz del XIX levantó barracones misérrimos para permitir gentilmente a las obreras dormir cerca de las fábricas. La idea al principio fue que vivieran dentro de las factorías, pero el capitalista observó con la sagacidad que le caracteriza que de esa manera el rendimiento decaía en la medida que el obrero enfermaba por falta de condiciones. Y entonces se idearon nodos de cuchitriles en los que las viviendas muy menesterosas rozaban literalmente con las fábricas para que el tiempo de desplazamiento – entonces que no había atascos - fuera el mínimo imprescindible y, por tanto, se maximizara el rendimiento. Las relaciones económicas de ese modelo eran tan desiguales que generaron un urbanismo absolutamente nefasto.

Allí donde surgieron primero esas ciudades fabriles aparecieron también primero y al unísono el movimiento obrero e individuos con un mínimo de conciencia empeñados en diseñar modelos utópicos / ideales de espacios urbanos. Una labor compleja porque, si lo asociamos a lo que hemos dejado claro más arriba, la forma de una ciudad cambia sí y sólo si lo hacen también las relaciones de producción que en ella se reproducen. Los estudiantes de ESO comprenden los planos de las ciudades lineales o la malla hexagonal de Christaller, pero les provocan perplejidad los espacios isotrópicos o los lugares centrales que vertebran ambos modelos. Sin embargo comprenden esta idea mucho mejor a partir de la Garden City de Ebenezer Howard porque, aunque a su edad aún sólo pueden intuirlo, este proyecto desafió como ningún otro y por completo el modelo de producción capitalista vigente a principios del siglo XX. Con él se entiende mejor que el urbanismo no consiste en colocar casas en un sitio o en otro; ni siquiera en planificarlo de manera consciente, consecuente e inteligente. El urbanismo consiste en crear condiciones de vida ideales y es a partir ahí que los barrios surgirán de forma armónica.

La mayoría de los urbanistas utópicos que entendieron así su labor orbitaron por ello entorno al socialismo reformista y por eso casi todos sus modelos de ciudad se dirigieron a eliminar las condiciones miserables de vida de los y las obreras. Pero ojo, no porque diseñaran barrios más o menos bonitos sino porque sus proyectos de ciudad implicaban una mejora notable de las condiciones de trabajo, de las relaciones de producción y por tanto de las condiciones de vida. Y resulta que tan buenos fueron aquellos proyectos – en particular los de Howard,  en mi opinión los más acabados - que los ricos, que son ricos pero no tontos, acabaron por convencer a los obreros que aquellas viviendas no eran para ellas y se las apropiaron. De siempre ha sido que los que tienen mucho dinero, pero mucho, se jactan de vivir por encima de las posibilidades que nos dejan a los demás. Por eso, y porque el ejemplo ratifica y convierte la demostración teórica en irrefutable e ineluctable, sucede que en la colonia de El Viso la silicosis nunca causó estragos, ni la vía del tren segó la vida de jóvenes en Neguri; y en Lechtworth o La Moraleja – que nacieron también de aquellas utopías – no se quejan mucho porque disponen de todas las infraestructuras que necesitan. En Getafe, sin embargo, sí que nos quejamos porque nuestro urbanismo ha sido históricamente deficiente, y seguirá siéndolo si no entendemos algunas cuestiones  fundamentales. 

¿Y por qué en Getafe sí tenemos motivos para quejarnos? Pues resulta complejo abordarlo en un artículo porque sucede la concatenación de factores varios. Pero si tuviéramos que apostar diríamos que:

En primer lugar porque su industrialización fue muy tardía: arrancó excepcionalmente en los años veinte del siglo pasado con CASA pero sólo cuajó a partir de los sesenta. En consecuencia la urbanización se realizó a una velocidad de vértigo, criterio absolutamente incompatible con un mínimo sentido de la racionalidad. El beneficio rápido de algunos, que hicieron un auténtico negociazo de aquel crecimiento, fue entender que había que dar cabida como fuera a la masa campesina desplazada desde las regiones satélites de la piel toro hacia el centro. Hasta el punto que ese acabó siendo el único objetivo. Con escuadra y cartabón en la mano se diseñaron colmenas de a 60 metros cuadrados la celda y sin ascensor. En este sentido Getafe se encuadró en el cinturón obrero del Sur, su región de referencia. 

En segundo lugar porque Getafe no es un oasis, sino que comparte los vicios que el urbanismo ha arrastrado en todo el estado español y, si me apuran, en el resto del universo habitado. Como sujeto y objeto del mercado inmobiliario que es, Getafe ha estado sobreexpuesto sin crema protectora al que junto a la economía ficticio-financiera es el sector más especulativo del mundo: el de la vivienda. Parecía mentira que un piso de esos de 60 metros en una cuarta planta y más de treinta años de antigüedad pudiese llegar a costar – que no valer - más de 200000 euros. Pero así fue durante largos años en los que el urbanismo de Getafe se vio sometido a los enjuages de la especulación mafiosa y descarada, y nos convirtió a todos en reos de su adicción. 

Esos dos bastidores enmarcaron el urbanismo durante el tiempo que Getafe y su centro urbano fueron industriales. Pero en la medida que España se fue incorporando a las economías de su entorno – básicamente al disciplinamiento del euro – fue entrando en escena el azote más fuerte a favor de la desindustrialización: la llamada terciarización de la economía. Y de su mano, por supuesto, el nuevo tipo de planeamiento urbano que verificamos en Getafe Norte, el nuevo Bercial o, en la actualidad, en Los Molinos y Cerro Buenavista. 

A simple vista se trata barrios más amplios, más verdes, menos abigarrados y todo eso, pero no dejan de ser hijos de su tiempo con sus miles de defectos: precio descontrolado por la especulación, hipotecas draconianas de por vida, dimensiones poco humanas y por encima de todo la más absoluta carencia de infraestructuras, por este orden, educativas, sanitarias, sociales y de transporte. Los nuevos barrios dormitorio son igual de malos que los antiguos - aunque a nuestra generación nos parezcan más bonitos -, porque el eje que los vertebra no es en ningún caso una formulación ideal sino el reflejo del modelo productivo de nuestra generación, atravesada por la presencia aplastante del sector servicios. Y la terciarización de la economía es el pen-último eslabón del capital por destruir fuerzas productivas.

No tiene nada que ver el empleo que había en aquellas fábricas radicadas en la malla urbana con el de los grandes almacenes de distribución de todo situados en el extrarradio de Getafe. Ni con el de las grandes cadenas de comida rápida de cada esquina. Ni siquiera, es curioso, con el de las franquicias que trapichean con los pisos y que son verdaderas colinas de la hamburguesa de las condiciones laborales. Existe una relación más que evidente entre sustituir la producción por prestación de servicios y la proliferación de trabajos con salarios reducidos, sin convenios, de aquí te pillo-aquí te mato, pan-para-hoy-hambre-para-siempre. Y como el modelo terciario provoca precarización de las relaciones de producción el urbanismo que genera necesariamente se verá afectado para peor. En plata: un barrio poblado por salarios mileuristas será necesariamente un barrio con carencias esenciales y estructurales. Por eso tenemos que poner en las fachadas Papa: ¿dónde está mi cole? Pese a lo que nos cuentan, sin duda, merecemos y podríamos y vivir mejor. Mucho mejor.

La cuestión es que entre la generación de nuestros padres y la nuestra que acabo de retratar se sitúa un objeto extraño que intenta entroncar con ambas sin conseguirlo con ninguna pero que explica con claridad este proceso de transición. Se trata del barrio de El Rosón que fue llevado a Pleno pasado a cuenta de una modificación parcial, muy parcial, muy pequeña, tan ínfima que parecía del tamaño del Bosón de Higgs y que incluso aseguraría que llevaba su misma carga explosiva. ¿Por qué?

Pues porque desde los ochenta todo el espacio que ocupa ahora este barrio sufrió como ninguno el cepillado brutal de la industria que atesoraba. Un verdadero tsunami que recorrió el plano de Getafe de norte a sur y que acabó con auténticos emblemas del cinturón rojo de Getafe: Ericsson, Kelvinator, Metalinas, La Guipuzcoana y un sinfín de fábricas de toda clase y condición que, de encontrarse dentro de la malla urbana, terminaron por reubicarse en los polígonos del extrarradio o, en su mayoría, cogieron la pasta y chaparon. Y fue ahí, después de esa tormenta imperfecta, que quedó en pie el último tractor verde. 

Con la aprobación de la modificación del Plan General de Ordenación Urbana que se llevó al Pleno de julio John Deere no sufrió afectación alguna, pero aparece ya en Google como una isla industrial en el centro de un océano residencial. Y eso genera muchos interrogantes a futuro porque los intereses contradictorios que se ciernen sobre ella son muy, pero que muy, importantes. Es uno de los elefantes blancos que tenemos en el urbanismo de Getafe y que en un plazo indeterminado terminará por desperezarse. Y el día que lo haga nos va a mover a todas del asiento.

Porque JD no es cualquier cosa: se trata más de 1000 empleos industriales de una calidad casi olvidada por los mayores y desconocida para los jóvenes. Si alguien quiere poner sus zarpas sobre ella debe tener eso muy en cuenta porque con la tradición de lucha que ha demostrado históricamente, la reacción puede ser y será épica. Que tenga en cuenta también que la mayoría de esos empleos se corresponden con residentes en Getafe y que genera una industria auxiliar muy potente en toda la región. Si algún día cierra eso supondría un mazazo a la economía del entorno del que posiblemente no habría recuperación. Si es alguien el responsable de todo eso, debe saber que nos encontraría a muchos enfrente. 

Esto entronca con el hecho de que no parece que haya gobierno alguno que en su sano juicio vaya a abrir el melón de la recalificación del terreno, por más ceros que pongamos a la cifra que puede llegar a costar la superficie que ocupa. La modificación concreta del Plan que se llevó a Pleno no afectó a un solo metro cuadrado de la fábrica. Se trata de un error verdaderamente notable el haber derrapado en esa cuestión y haber generado una alarma innecesaria por cuestiones meramente electorales. Es un error porque lo dicen los planos del expediente y porque si fuese así tendríamos aquí a Samuel Allen en persona y en diez segundos; pero sobre todo porque habría que ser un descerebrado para plantear políticamente una recalificación que sería la puerta por la que la empresa podría abandonar para siempre la localidad. Quien lo haga se asegura no repetir en décadas a la reelección. Y posiblemente ser declarada persona non grata en el municipio de por vida. Yo apuesto todo a todo a que no ha nacido aún Tamayo digno de semejante ansia suicida.

Y este argumento importa porque elimina casi - ojo, casi - por completo uno de los dos riesgos de cierre y deslocalización que se ciernen sobre la factoría de Getafe: el de los intereses, mostrados con periodicidad recurrente, y explícita, interesada y medida publicidad por parte de constructores locales y foráneos por hacerse con el terreno. Y lo elimina porque mientras la dirección de la empresa no quiera irse – el otro riesgo y algo que por otro lado puede plantear en el momento que entienda – la decisión de recalificar cualquier terreno se encontrará exclusivamente en manos de los poderes públicos, en este caso del gobierno de turno que haya en el municipio. 

Ahora bien, Si la llave la tiene el gobierno del momento y habría que estar zumbado para sacudir a pelo ese avispero… ¿existe algún temor a que el elefante blanco abra el ojo? ¿Se puede argüir algún tipo de excusa para intentar convencernos de la idoneidad de trasladar la empresa hacia un lugar y un futuro inciertos? Quizá. Y quizá la veamos sobre el tapete con nuestros acáis. Porque JD es hoy una isla en medio del océano, porque las presiones se manifiestan con cierta periodicidad y son fuertes, y porque no hay mejor manera de camuflar una barbaridad que soltando una más grande. Por eso mejor estar prevenidos. 

Cuando votamos en contra de la propuesta de recalificar el terreno circundante a la empresa explicamos públicamente que había que situarse en una hipótesis: supongamos que dada la ubicación fronteriza de la fábrica respecto de la vivienda surgieran quejas derivadas de la producción. Nos preguntábamos si incluso cumpliendo la empresa con la legislación medioambiental esa situación podía llegar ocurrir. Y la respuesta que nos dábamos era afirmativa porque, como argumentamos, la normativa de medio ambiente no es el criterio de Salomón ni las tablas de Moisés. En ocasiones, muchas, la legislación no es capaz de poner de acuerdo a las partes y sucede que alguien cumple de manera estricta y otros sufren molestias.

En ese supuesto turbio ocurre que siempre aparece en escena quien interpreta de manera voluntaria o involuntariamente equivocada a Ebenezer Howard y nos descubre que las fábricas están mejor si se sitúan fuera de los centros urbanos, y que lo mejor que podría ocurrir con John Deere es que desapareciera del centro de Getafe y su terreno fuera ocupado de manera natural, al  igual que el resto del barrio de El Rosón, por vivienda florida y hermosa. A mayor abundamiento nos sacaría a colación la circulación atmosférica general dominante del oeste que azota a la Península Ibérica y apostaría porque se llevaran la factoría allá a lo lejos, quizá al sudeste asiático, donde los vientos no pudieran traernos unos humos que por otro lado, John Deere no produce. A un lugar sin duda con un urbanismo hiperrealista de las condiciones de vida de sus lugareños.

Pero E. Howard merece ser interpretado con corrección y en todo su significado. Porque él era el primero en plantear que las industrias debían localizarse fuera de la zona residencial, sí. Pero su objetivo final nunca fue ese porque de haberse quedado solo con eso la ciudad resultante respondería exclusivamente a un criterio ambiental. Que es loable pero también incompleto porque la idea del urbanismo en general - y la de Howard en particular - trascienden la simple ecología para adentrarse por completo en el conjunto de las relaciones de producción de una sociedad. 

Hagamos un ejercicio de imaginación. Si JD se levanta de donde está, no hay que ser Sherlock para deducir qué se levantará en su lugar: casi con seguridad y mayoritariamente vivienda. Es decir, que se estaría sustituyendo economía productiva por economía terciaria y, presumiblemente, especulativa. Porque incluso aún guardando las migajas porcentuales que le corresponden a vivienda protegida, la mayoría del terreno se destinaría por ley a promociones privadas. De nuevo las relaciones económicas determinando la fisonomía de la ciudad. Y transformándola. Porque la fábrica genera hoy riqueza a través de la producción, mientras los pisos incrementarían el valor mediante la especulación. De hecho, si se recalificara ese suelo para erigir bloques, al día siguiente el metro cuadrado aumentaría automáticamente su coste de manera inversamente proporcional al empeoramiento de las condiciones de los trabajos terciarios que allí pudiera haber con respecto a los que hay ahora en John Deere. No se trataría por tanto de pintar un Getafe más bello y limpio, sino de generar beneficio para unos pocos a costa de empobrecer a la mayoría. 

A pesar de que esto no lo pone en duda nadie, tengan claro que en cualquier momento surgirá quien nos cuente, de manera bien o malintencionada, que JD es un anacronismo y que debe salir de donde está. En el marasmo siempre hay un Gavrilo Princip dispuesto a apretar el gatillo. La modificación concreta del Plan General de Ordenación Urbana que fue al Pleno no cambió en absoluto el estatus de John Deere pero nos sirve para subir este asunto a la palestra y ponernos en alerta. Porque si algún día amanece alguien que viene con el caramelo envenenado de querer modificar el urbanismo de la zona habrá que explicarle que no somos tontos; que tenemos claro que esto no es el Monopoly y que quitar JD de donde está implica un empeoramiento generalizado de las condiciones de vida de la ciudad. Porque a estas alturas ya hemos interiorizado que si se cambia la fisonomía de nuestra ciudad se modifican ineludiblemente sus condiciones económicas.

Y sería bueno tener a mano la respuesta adecuada para que no nos pille por sorpresa. Estaría muy bien redactar un cuaderno de quejas cuya principal reivindicación fuera exigir la recuperación de todo el tejido industrial que se perdió en el camino al levantar el barrio de El Rosón: el tejido industrial incluidas las condiciones de trabajo que había entonces, que eran mejores que las que tenemos ahora por mucho que nuestros barrios sean más amplios y tengan más césped. Porque por eso yo recuerdo que nuestros padres pelearon mucho por nosotros cuando las huelgas brutales contra el desmantelamiento de Kelvinator. Y habrá que decirle a quien venga con esas que mientras no podamos asegurar que Getafe recupere su potencial industrial y que su juventud tenga acceso a las condiciones de trabajo de la generación que la precedió, John Deere no debe tocarse. Está muy bien como está y donde está. La defensa de los puestos de trabajo y su enorme repercusión en la vida de Getafe es una absoluta prioridad. 

¿Que parece utópico? Claro que lo es. Pero yo no dejo de pensar que los ricos que se apropiaron de la utopía del tío Ebenezer a nuestra costa y en muchos lugares del mundo viven ahora de puta madre, tan cómodamente instalados en ella. Por algo será.

1 comentario:

  1. No tengo claro que el modelo a seguir sea el de la ciudad jardín de Ebenezer. Muchos urbanistas progresistas (y sobre todo ecologistas) plantean que hay que volver a desarrollos mas "compactos". En lo que todos están de acuerdo es que al hacer urbanismo hay que pensar en las personas y no en los "capitales". Y que es necesaria una planificación (!democreática!) a medio/largo plazo

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