domingo, 4 de diciembre de 2016

PRESUPUESTOS 2016-2017 (I)

Resulta en mi opinión pretencioso pensar que conocer la Historia sirve para predecir cómo será el futuro. Quienes repiten hasta la saciedad el dicho manoseado de Quien no conoce la Historia está abocado a repetirla han terminado por convertirlo en un significante cuyo significado dista mucho de poder ser verificado.

No obstante, como quiera que compartimos la idea de que es sólo a partir de la comprensión de ciertos principios que podemos interpretar correctamente la Historia, tendemos a suponer que esos mismo principios están en la base de todo proceso histórico y por tanto volverán a producirse en el futuro. Nada más lejos de la realidad, sin embargo. Ese tipo de certezas residen quizá  en el imaginario de las masas y no en hechos que puedan demostrarse empíricamente. Y por eso en ningún caso y bajo ningún concepto podemos determinar el futuro por mucho que comprendamos los principios teóricos que usamos para interpretar el pasado.

Sucede por ejemplo con las revoluciones o los periodos revolucionarios, a los que razonadamente se les atribuye un papel determinante en el movimiento de la rueda de la Historia pero cuya próxima cita o forma somos incapaces siquiera de intuir hoy en día. Estamos de acuerdo en que existe una probabilidad muy alta de que vuelva a producirse una revolución, pero no podemos presumir cuándo será, ni en qué causas hundirá sus raíces, ni por supuesto qué forma adoptará. 

Hacer propio este argumento es especialmente importante por cuanto permite al marxismo sacudirse la losa falsa de quienes lo acusan determinista y de no entender la labor de lo psicológico o lo social en el campo de lo político. Según esta visión distorsionada los que nos reclamamos marxistas somos "cerrados", dogmáticos, intransigentes en la defensa de una idea que se convierte en una única y exclusiva interpretación de las cosas fuera de la cual no hay más.

Y eso no es cierto o, mejor dicho, no tiene por qué serlo.

Antes al contrario, entender que no podemos presumir cómo será el futuro exige una tarea de caracterización constante de los acontecimientos y, sobre todo, de la forma en que cada cual, cada persona, cada grupo, cada organización, interpreta esos acontecimientos y se posiciona ante ellos. Y obviamente actuar en consecuencia.

En términos generales es lícito afirmar que todas las organizaciones que se reclaman de la clase obrera son  necesarias e imprescindibles porque todas ellas están levantadas sobre la base del esfuerzo y la solidaridad de compañeros y compañeras que entienden lo colectivo por encima de lo individual. Pensar lo contrario es, desde mi punto de vista, sectario.

Lo que no significa que todas ellas hayan actuado conforme a criterios claros a lo largo de la historia o que no hayan cometido errores o dislates que hayan llevado - o estén llevando -  a la clase a enfrentar contradicciones en ocasiones irresolubles. Hay muchos ejemplos y aburriríamos al lector relatándolos. Pero creo que a nadie que lea este artículo se le escapa, por ejemplo, que la crisis actual de la socialdemocracia es en parte consecuencia directa de estas contradicciones.

Frente a esos dos extremos - la necesidad y la contradicción - hay quien piensa que hoy sólo caben dos posiciones: la adaptación constante o el rechazo por sistema. Que en la relación entre las organizaciones de la clase todo lo que no sea enfrentamiento se convierte automáticamente en perversión de los principios.

Desde luego no es así. No hace falta caer en el plegamiento más absoluto y desde luego hay que evitar caer en la ruptura definitiva. Pero eso pasa necesariamente por caracterizar de forma adecuada el momento político, entender qué papel desempeña cada actor y actuar siempre intentando conseguir el interés de la mayoría social.

La política de "la clase contra la clase" ha enfrentado históricamente al movimiento obrero a una de sus mayores contradicciones: la que se deriva en última instancia de no entender que la izquierda camina por múltiples y diferentes sendas y que sin embargo es imprescindible que se produzca un cierto entendimiento para satisfacer reivindicaciones mayoritarias que son básicas.

Intentar siempre conseguir un acuerdo no significa en absoluto renunciar a los principios; rechazar ese objetivo por sistema no implica necesariamente defender mejor las reivindicaciones de la mayoría.

Yo diría que en este preciso momento histórico es justo al contrario.




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